¿Por qué obsequias? ¿Por qué trasuntos?
¿Por qué obsequias? ¿Por qué trasuntos?
“Hemos conquistado la realidad y perdido el sueño. Ya nadie se tiende bajo un árbol a contemplar el cielo a través de los dedos del pie”. El Hombre sin atributos, Robert Musil
La fotografía, lejos de lo que se ha dicho, no es oficio de hurto, pues robar nunca lleva el sentimiento de la devolución, y las fotos por una u otra razón siempre se devuelven. El retorno ya lo conocen; los periódicos, los libros, Internet, el álbum familiar, los abanderamientos, los tatuajes…
En este escamoteo, por llamarlo de alguna manera, el medio fotográfico ha llegado al climaterio descubriendo con su mirada escrutadora todos los caminos ignotos, por el alcance que le concede la tecnología y por el poder que le confiere la curiosidad. Ha recorrido por tanto desde la célula al universo, de lo invisible por pequeño a lo invisible por grande, inventariando lo científico y lo coloquial sin intercalar distinciones.
Pero no nos confundamos, a pesar de toda esa praxis sigue existiendo un gran analfabetismo visual, y al medio fotográfico se le sigue entendiendo sólo y exclusivamente como un recurso axiomático de la verdad, también de la realidad, dejándosele demasiada responsabilidad en ese hecho, encajonándolo así con fruslerías de medio pelo. Créanme si les digo que la fotografía es algo más.
El fotógrafo no es más que un taxidermista, que diseca con apariencia de vivo, pero que con fijeza sólo lo deja morir. Del mismo modo, la fotografía contiene ciertos duplicados elegíacos, formas de obituario y modos de plañidera, que actúa con sus miras como depósito de energía fúnebre. En este sentido, convierte al prólogo en epílogo y a la obertura en coda, por su lenguaje pretérito y su captura súbita e irrepetible. Por ello las fotografías no se alejan mucho de las obsequias, de los cantos fúnebres in memoriam que sirven de buena fe para recordar lo que ya se va desdibujando hacia lo memorial. Este medio por tanto es un generador de realidad virtual, quizás el primero, que mira siempre al pasado para encontrarse con el futuro existencialmente.
Sin tener cuerpo bicéfalo, la fotografía es trasunto que no se deja convencer fácilmente. Es una mentira que lucha con todas sus fuerzas por convertirse en verdad; pues la realidad, por más que queramos demostrar su unidad, es plural y se escapa conceptualmente como un globo sin anudar. Asimismo, en las imágenes fotográficas buscamos lo que no encontramos en ese espacio etéreo que es la vida, delegando en ellas las partes volátiles e irrepetibles. Ese inventario común y singular, esa antología privada o pública, ayuntada fragmentariamente en nuestras cabezas, termina por cuajarse, tomando mayor importancia que las propias vivencias, quedando la memoria resguardada bajo el paraguas de la imagen súbita. Con esa aparente sinceridad, el papel tornasol siempre es un medio iniciático para un fin.
El aderezo lo pone el tropo, imprescindible dentro de la gramática fotográfica, y que conecta directamente con nuestras obsesiones ocultas y primarias; también con nuestras ensoñaciones inconfesables.
La paradoja del fotógrafo, poco a poco e imagen tras imagen, es que pasa de cazamariposas que después embalsama, a iconoclasta trasfigurado en su saciedad por esas pequeñas muertes fotográficas, que con su método in perpetuum alargan tanto la vida.
André Malraux decía que “la muerte convierte a la vida del hombre en destino”, las fotografías, inexorablemente, también.
José Antonio Tejero, El Puerto de Santa María. Julio-2003