Tuesday, May 11, 2004

¿Por qué obsequias? ¿Por qué trasuntos?

¿Por qué obsequias? ¿Por qué trasuntos?

“Hemos conquistado la realidad y perdido el sueño. Ya nadie se tiende bajo un árbol a contemplar el cielo a través de los dedos del pie”. El Hombre sin atributos, Robert Musil

La fotografía, lejos de lo que se ha dicho, no es oficio de hurto, pues robar nunca lleva el sentimiento de la devolución, y las fotos por una u otra razón siempre se devuelven. El retorno ya lo conocen; los periódicos, los libros, Internet, el álbum familiar, los abanderamientos, los tatuajes…
En este escamoteo, por llamarlo de alguna manera, el medio fotográfico ha llegado al climaterio descubriendo con su mirada escrutadora todos los caminos ignotos, por el alcance que le concede la tecnología y por el poder que le confiere la curiosidad. Ha recorrido por tanto desde la célula al universo, de lo invisible por pequeño a lo invisible por grande, inventariando lo científico y lo coloquial sin intercalar distinciones.
Pero no nos confundamos, a pesar de toda esa praxis sigue existiendo un gran analfabetismo visual, y al medio fotográfico se le sigue entendiendo sólo y exclusivamente como un recurso axiomático de la verdad, también de la realidad, dejándosele demasiada responsabilidad en ese hecho, encajonándolo así con fruslerías de medio pelo. Créanme si les digo que la fotografía es algo más.
El fotógrafo no es más que un taxidermista, que diseca con apariencia de vivo, pero que con fijeza sólo lo deja morir. Del mismo modo, la fotografía contiene ciertos duplicados elegíacos, formas de obituario y modos de plañidera, que actúa con sus miras como depósito de energía fúnebre. En este sentido, convierte al prólogo en epílogo y a la obertura en coda, por su lenguaje pretérito y su captura súbita e irrepetible. Por ello las fotografías no se alejan mucho de las obsequias, de los cantos fúnebres in memoriam que sirven de buena fe para recordar lo que ya se va desdibujando hacia lo memorial. Este medio por tanto es un generador de realidad virtual, quizás el primero, que mira siempre al pasado para encontrarse con el futuro existencialmente.
Sin tener cuerpo bicéfalo, la fotografía es trasunto que no se deja convencer fácilmente. Es una mentira que lucha con todas sus fuerzas por convertirse en verdad; pues la realidad, por más que queramos demostrar su unidad, es plural y se escapa conceptualmente como un globo sin anudar. Asimismo, en las imágenes fotográficas buscamos lo que no encontramos en ese espacio etéreo que es la vida, delegando en ellas las partes volátiles e irrepetibles. Ese inventario común y singular, esa antología privada o pública, ayuntada fragmentariamente en nuestras cabezas, termina por cuajarse, tomando mayor importancia que las propias vivencias, quedando la memoria resguardada bajo el paraguas de la imagen súbita. Con esa aparente sinceridad, el papel tornasol siempre es un medio iniciático para un fin.
El aderezo lo pone el tropo, imprescindible dentro de la gramática fotográfica, y que conecta directamente con nuestras obsesiones ocultas y primarias; también con nuestras ensoñaciones inconfesables.
La paradoja del fotógrafo, poco a poco e imagen tras imagen, es que pasa de cazamariposas que después embalsama, a iconoclasta trasfigurado en su saciedad por esas pequeñas muertes fotográficas, que con su método in perpetuum alargan tanto la vida.
André Malraux decía que “la muerte convierte a la vida del hombre en destino”, las fotografías, inexorablemente, también.



José Antonio Tejero, El Puerto de Santa María. Julio-2003

Tribulaciones Newton

Tribulaciones Newton

Un periódico desplegado encima de la barra de un bar titulaba, en tono de obituario, la desaparición del genial Helmut Newton a los 83 años de edad. Este papel no le pertenecía, sólo lo entintaba cuando inauguraba exposición o se sometía a entrevistas indagatorias. Verdaderamente, el suyo era de más gramaje, cuché de las grandes revistas de moda, glamour y erotismo. Sus fotografías, de epicúreas formas, no tenían cabida en los diarios porque estaban lejos de la información cotidiana y muy cerca del ensueño, el deseo y las fantasías voluptuosas de la mente.
Aprendió a desnudar para así arroparse conceptualmente en sus manías freudianas; manías y placeres que iban, con la mayor sinceridad, de un voyerismo estimulante a un fetichismo marcado por la estética germánica de su infancia. Arquetipo ario, mujeres de pelo rubio enfundadas en estrechos corsés y calzadas con altos tacones acharolados, se repitieron de forma inconfundible, ya fuese para ilustrar un catálogo de fina lencería o para anunciar tuberías de grandes almacenes en vallas publicitarias.
Cosmopolita, nómada forzado por su descendencia judía, huyó de la Alemania nazi, para comenzar un periplo por el mundo sin residencia fija: Singapur, Sydney, Londres, Montecarlo y Los Ángeles. Ciudades que le ofrecieron a Newton los paisajes y atrezzos, los decorados y personajes para sus imágenes. De esos seres, de los cinematográficos que más me gustan, hizo suyos a la felliniana Anita Ekberg y a la antoniana Mónica Vitti, a los enamorados David Lynch e Isabella Rossellini, a una pecosa Isabelle Huppert, a la quebradiza Romy Schneider, a Catherine Deneuve todo glamour, a Charlotte Rampling todo seducción o a su compatriota Win Wenders en un Berlín de hospedaje.
De esas tribulaciones creativas, de esa fuente en cierto modo narcisista donde se miraba, lo más portentoso era que su obra, hiciese lo que hiciese, estaba definida en parámetros que iban en zigzag de lo clásico a lo actual, sin que, ni uno ni otro, perdiesen cualidades ni frescura. Lo clásico en Helmut Newton soslayaba con reprimendas a las tendencias contemporáneas y al contrario si éstas sopesaban excesivamente. Notándose sobre todo en ese territorio resbaladizo que es el desnudo fotográfico, jugando siempre con la ambigüedad de las formas pero también, subrepticiamente, con el contenido narrativo. Como ejemplo, la sumisión del hombre, la frontalidad de los cuerpos despojados y la utilización de artículos ortopédicos (fajas, collarines, corsés y escayolas) frente a una lujosa lencería y unos complementos cuanto menos enigmáticos (antifaces, tacones, fustas y cigarros). En este recuento póstumo, no hay que olvidar que su misterioso método se basaba en algo tan elemental como el no repetirse repitiendo.
Tratado de misógino, vilipendiado por feministas y escandaloso para conservadores, el poliédrico Newton, siempre fue honrado consigo mismo y las polvaredas levantadas sólo aumentaron su prestigio, pudiendo publicar su trabajo más íntimo en revistas comerciales, sin que tuviese que separar sus fotografías de autor con las mercantiles, que es a lo que todos queremos llegar. A mi entender, se deshizo de sus miserias humanas indagando en la profusa oscuridad sicológica de los demás.
Buen viaje. Bon vouyage, monsieur Newton.

José Antonio Tejero





Chigüi o Peregil

Chigüi o Peregil

Sentado en ese trono de barbero, mientras que éste rasuraba la barba de más de un mes, el Chigüi, apostado en mi izquierda, me hablaba de un gitano canastero que tenía la capacidad de encontrar agua sólo con el olfato que la madre naturaleza le había otorgado. Waterman le decían. Terminó yéndose a “yuston”, Texas, pero en cierta ocasión los nigerianos reclamaron su nariz para un doble servicio; el petróleo y el agua. Dos grandes bolsas, una encima de la otra, debían de ser definidas topográficamente con el olfato más preciso. La una para los ricos y poderosos del primer mundo, la otra para los demás mundos, que no son pocos.
Casi sin darme cuenta, en el espejo que tenía enfrente, aparece reflejado el Peregil con su coloquialismo expresivo. Comenzó a contar otro de sus pormenores, que, acaso de su desmemoria, iba recomponiendo con otras aventuras y desventuras de juventud. Total, la realidad no es la que uno ve, sino la que uno compone... la historia va sobre un niño que es contratado en el campo para dar sombra a un botijo durante la jornada laboral. Su función era sencilla, ir moviéndose de espaldas al sol para con ello proyectar su sombra sobre el cántaro. Quizás sea la única ocupación que conozco donde la sombra de uno produzca beneficios. En el fondo no es más que otra historia de agua. ¿Qué tendrán estos dos con el agua?, tendrán sed. No he terminado de decir la frase cuando aparece el otro peluquero con unos vinos olorosos de la tierra. Esto es gloria bendita, decimos todos a la vez. Llegan en buena hora, seguro que fundirán la sed. Bueno la de los pobres, porque la de los ricos se apaga con petróleo. Mismamente contesta el Chigüi.
Oye Peregil termina lo del niño, que nos vas a dejar en ascuas. Bueno otro día, ahora saboreo esta copa de vino. Maestro, no se lo he dicho pero con la barba se parece usted al Che. Qué va, lo de la barba es dejadez, nada más. Cuando no me afeito mi mujer me reprocha que cuándo lo voy a hacer, y cuando la tengo poblada no quiere que lo haga, no hay quién las entienda. Dímelo a mí. Lo mío es como un ritual, con los jabones baratos de los de antes. Ahora entiendo yo las bullas que mi abuelo me daba cuando de chico jugaba con sus jabones. No era por lo que costara el jabón, eso es na, era por lo que significaba dentro del ritual, lo mismo que me pasa ahora a mí. ¿Quién habla el Chigüi o el Peregil?. Barbero y tú qué dices. Yo estoy callao por no cortarte.

Continuará...

josetejero@hotmail.com

Memoria de papel

Memoria de papel

“El recuerdo de cierta imagen no es sino el dolor de cierto instante”.
Por la parte de Swan, Marcel Proust

Todavía y a estas alturas no tengo muy claro si el pasado es tal o en realidad vivimos en un presente continuo, en el que de vez en cuando miramos hacia atrás con cierta nostalgia. En todo caso, a la fotografía la usamos no como medio cualitativo y sustitutivo de nuestras carencias memoriales, sino como eterno retorno de lo que olvidamos pero no perdemos; piense entonces el porqué de su álbum familiar y su continua ampliación.
La fotografía está para poner orden en todo el caos visual que nos asiste. De forma programática, a todos estos artilugios de captura y registro que son las cámaras, se les confían parte de nuestras vidas, responsabilizándolas de cuestiones estrictamente humanas y no mecánicas; caso de la memoria o peor aún de la certeza. Somos, en el sentido más moderno (ella nos ha hecho así) carne insaciable de imagen, obsesionada en la vida de prolongarnos en la muerte; piense entonces el porqué de su inventario social.
Esta modalidad, esquiva e indefinible, a todas luces exitosa, ha estructurado el mundo según sus formas visuales; reciclándolo y renovándolo desde todos sus ángulos, descubriéndonos en ello que siempre hay algo más. Sólo la anécdota ha sido maliciosa con la fotografía, rebajándola con sus etéreos argumentos a escalas peyorativas que no le corresponde.
No se si es bueno haber encontrado a la fotografía y malo haber perdido la memoria, o al contrario, lo que sí sé es que en este sentido hemos delegado demasiado en ella y, de vez en cuando, como terapia correctora, hay que saber navegar por el río del olvido, ese que, henchido y curvilíneo, desagua sobre los mares del extravío.


josetejero@hotmail.com

Topónimos imaginarios

Topónimos imaginarios

Existen territorios en los que perderse no es un problema, porque, maravillosos o grotescos, están diseñados para desengañarnos del entramado mundo que ejercemos. Y los hay mortuorios, como la Comala de Juan Rulfo. Polifacéticos, como la Santa María de Juan Carlos Onetti. Sin atributos, como la Kakania de Robert Musil. Enclaustrados, como la calle de la Providencia de Buñuel. Barrocos, como la Argónida de Caballero Bonald. Visionarios, como la Metrópolis de Fritz Lang. Inconformistas, como el Macondo de García Márquez. Ingeniosos, como la Región de Juan Benet. Cuasi perfectos, como el Yoknapatawpha de William Faulkner o abstractos, como el Lumberton de David Lynch. También están las ciudades que se reciclan y se renuevan en la cabeza imaginaria de los creativos una y otra vez. Asimismo, prefiero el París ciclópeo de Cartier-Bresson y el de la Nouvelle Vague de Truffaut en Los cuatrocientos golpes. El New York neurótico de Woody Allen y el aventurero de Salinger en El Guardián entre el centeno. La Viena decimonónica de Arthur Schnitzler en Relato soñado. El Milán cuádruple de Visconti en Rocco y sus hermanos. La Lisboa de Fernando Pessoa a través de sus heterónimos. El Londres de Virginia Wolf en La señora Dalloway. El Dublín de James Joyce, la Venecia de Thomas Mann y las ciudades galdosianas de los Episodios Nacionales; Cádiz, Zaragoza, Gerona, Bailen… prefiero descubrir la Roma desnuda de Fellini y la Alejandría mítica de Durrell. La Barcelona de Juan Marsé y Xavier Miserachs. El México DF de Álvarez Bravo. La Habana de Lezama Lima y Alejo Carpentier. El Moscú de William Klein y la Praga de Josef Koudelka…en estos topónimos imaginarios habitan, sin más pretensión que eso, esquizofrénicos del amor, pusilánimes admirables, lugareños innominados, hombres que son más que nombres y mujeres que recuperan su género. Acólitos libertinos, eternos suicidas, cortesanos empedernidos, infieles, miedosos, armados y desarmados, héroes y antihéroes. Muertos que ejercen sin complejos y vivos prestos a morir acomplejados. Alojándose en sus calles y apartamentos. Habitando en sus alcobas y azoteas. Pululando en sus zaguanes y esquinas, para creerse lo mejor posible el papel encomendado. Empero, en esta sociedad de valeriana sigo prefiriendo la ficción a la realidad.

Andariegos de Oficio

Andariegos de oficio

...”De pronto te entra una necesidad enorme de utilizar las piernas, sea cual sea la distancia o el número de escalones”... J. D. Salinger, El guardián entre el centeno.
Cuando me encontré con esa frase, pensé que era la mejor definición que había escuchado o leído nunca sobre mi profesión, a pesar de que no hablaba de ella. Porque en todos los sentidos, el oficio de fotógrafo no es más que el de andariego infatigable que camina el mundo en busca de su inventario. Reorganizando el caos en el ejercicio de su registro.
La fotografía, que va de lo público a lo privado para volver a lo público codificada, se ha transformado en la fuente de Narciso, aquella donde el mito terminó ahogándose en las aguas de la autocontemplación.
Con los años y la tecnología, la tradición oral se ha perdido para dejar paso a la imaginería, convirtiendo a los fotógrafos en los actuales trovadores, en los cuenteros y cronistas que enseñan al mundo el propio mundo, poniendo siempre como excusa el poder andarlo.
De su enfática habilidad, se han derivado lo que he denominado el triángulo de las tres O.
La fotografía es Omnímoda, porque nos ha enseñado desde la célula más pequeña a la galaxia más grande. Ese poder totalitario se lo concede la tecnología, pero también la curiosidad del hombre. Ha conseguido agrandar el mundo y a la vez hacerlo más pequeño.
Es Omnipresente, porque está en todas partes y todos participamos de ella, sin excepción. Esa ansiedad contemplativa se ha convertido en rito memorial, porque la única fórmula de escritura y narración que tiene es el pretérito.
Y es Ontológica por preocuparse del ser en general. Todo lo que encierra en sus cuatro paredes es pura metafísica, aunque hay que admitir que puede pasar de la timidez a la intimidación.
En ese fondo laberíntico, lo único que tiene claro la fotografía son sus dudas. En su quehacer diario ella sólo cuestiona, las respuestas las ponemos al escudriñarlas. Pues cada vez estoy más seguro que la realidad sólo existe en nuestras ficciones.

josetejero@hotmail.com